miércoles, 23 de noviembre de 2011

SEMPITERNA LUZ DE MI VIDA

Ha decidido mi ultrajado corazón remitirte estas líneas que están saturadas de dolorosa cuita y de llantos silentes que sólo conocen mis ojos.
La vida no es un apacible lago donde el alma nada a su libre albedrío sino el voluminoso océano cuyos escarceos hacen naufragar al más seguro de los barcos; que sus olas no son bailarinas marinas sino las ingentes circunstancias que nos flagelan con el látigo de la realidad. Pero… antes de mi renuncia, debo confesar con la sinceridad de un moribundo que, desde la gayola donde estoy, jamás he dejado de pensar en ti, y que, en mi quimérica realidad cada vez que podía acariciarte, mi ser se letificaba, en especial, cuando evocaba tus besos tan sublimes como el almíbar de las deidades paganas.
Es menester que endilgues tu vida por la rúa que mejor te convenga; necesitas avivar esa flama que solía vislumbrar cuando mis dedos surcaban tu tersa mejilla. Sería sandio y ególatra pretender coactar tu voluntad a la palabra empeñada. El amor es hierático y tienes el derecho a encontrarlo en quien te pueda brindar miríficos instantes de felicidad.
No quiero ser lastre culpable de tu infortunio. Escucha mi letanía y sal de la escurana de tu compasión por mí y camina a la cima de tu alegría. No creas que tienes alguna dita sentimental; tu alejamiento no podrá enervarme; estoy acostumbrado a los venablos de la desilusión que una herida más ya no puede causar dolor.
Cuando finalmente el tiempo me haya convertido en una turbia mancha en tus recuerdos aún seguirás siendo numen de mi diestra mano que, a pesar de todo, seguirá escribiendo epístolas para quien ya nunca más volverá a tocar.
Si por los misteriosos dédalos que tiene el sino nos encontráramos alguna vez y de emoción vieras caer lágrimas de mis ojos, piensa simplemente que son dos nuevos ríos creados por la naturaleza; y, si vieras en mí algún conato de volver al pasado y para entonces tienes dueño, lánzame cual rayo fugaz una mirada peyorativa …  yo sabré comprender.
¿Sabes? Me resulta berenjenal decir la última palabra, la culpa es de esta mano tozuda que no desea escribirla porque está ahíta de tus recuerdos, cuando viajaba por la tersura de tu piel y cual cazador furtivo ingresaba en la frondosidad de tu azabache cabellera.

Uhmm! Ha cruzado raudo el lejano canto de tu melodiosa voz. ¡Ay, no obstante debo finiquitar! Que maravilloso es evocar el calor de tu cuerpo… ¡Ay, que feral! Es mi realidad. Que munífico es el recuerdo de tus besos, mas que autócrata es la vida. Mi corazón agoniza ante la idea de perderte.
Eres imagen que nunca olvidaré. El tiempo mitigará mis penas; será “paliativo” pero jamás podrá sanar una herida de amor … A … diós.
P.D. Me siento boyante de haberte conocido y, desde esta prisión, el recuerdo del fulgor de tus ojos serán alicientes en mis momentos más tristes.
Carlos Andrés Jóvic.

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